(Mc 8,1-10) |
Quiero, Señor, que esa hambre se despierte dentro de mí y que perdure y se sostenga dentro de mi corazón por tu Gracia. Y dé frutos. Frutos que alegran la vida de todos aquellos que se cruzan en mi vida y le den fuerza y alimento espiritual. Y eso, Señor, sé que sólo Tú lo puedes dar. Despierta en mí esa hambre de amor y de hacer tu Voluntad.
Quiero alimentarme de tu Palabra, y fortalecer mi espíritu, para saciada mi hambre y sed de Ti, transformarme yo también en pan y alimento que despierte la sed de buscarte y estar contigo. Porque Tú, Señor, eres dueño de la Vida y la muerte, y, por verdadero amor, nos ofrece la salvación.
Empeñémonos en seguir al Señor y llenarnos de su verdadero alimento: su amor por nosotros, para llenos de Él corresponder nosotros de la misma forma. Pidamos sabiduría para dar respuesta a nuestras posibilidades, que muchas veces las dejamos dormir indiferente sin comprometernos con la realidad que nos rodea. Es verdad que nos sentimos impotente, y recurrimos con asiduidad a justificarnos apoyándonos en esa impotencia, pero también sabemos que, por la Gracia del Señor, podemos movernos y responder.
Y eso es lo que quiere el Señor, que hagamos algún movimiento. Darle nuestros cinco panes y peces, y luego Él pondrá el resto. Creamos en su Podre, en su Amor y Misericordia.
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