(Mt 11,20-24) |
Quizás no nos demos cuenta, pero muchas veces habremos ocupado el lugar de Corozaín o Betsaida frente a la Palabra del Señor que nos habla y, también, delante y en presencia de sus obras, curando a muchos de sus enfermedades y devolviéndoles la vida. ¿Cuántas veces le hemos negado o escuchado con indiferencia sin prestarle atención?
¿Nos habrá reprochado el Señor tanta indiferencia? Sabemos que su Misericordia es Infinita, pero también sabemos que nuestro tiempo se acaba. Los años pasan y mi vida recorre sus últimos días. He pensado mucho en eso en estos últimos años. Posiblemente, mis humildes reflexiones habrán terminado su recorrido dentro de, en el mejor de los casos, diez o quince años. Alargándolo algo más, veinte a lo sumo. Y tendré que estar, si Él así lo dispone, en su presencia y rendirle cuenta.
Por eso, quiero darme prisa en no perder ni un minuto en derramar mi amor y mis buenas intenciones en todos los lugares por donde paso. Al mismo tiempo, experimento, que no soy yo quien puede hacerlo, sino el Espíritu de Dios que hace en mi humilde persona su Obra. Sí, Señor, no quiero quedarme como Corozaín o Betsaida, pasivas a tu Palabra, sino todo lo contrario. Quiero empaparme de ella para darla y enseñarla, con mi vida y palabra, injertado en tu Espíritu, a todos aquellos que se abran y quieran recibirla. Como ocurrió, no se me quita del pensamiento, a Felipe, que impulsado por el Espíritu, se acercó al eunuco para explicarle la Escritura que leía -Hch 8, 23-35-.
La vida no importa, sino el instante ante la presencia del Señor. La muerte es el momento más glorioso y más esperado por el creyente, porque es la gran cita con el Señor. No ya, presente en la Eucaristía, sino en presencia difinitiva para entrar en su Casa. En presencia sin velo ni espacio ni tiempo, sino en directo riguroso y abierto a su Gracia y su presencia. Es lo más grande que puede pasarnos y el momento del gran Oscar, la Gloria Eterna.
Es eso lo más importante y lo que debe cuestionar y dirigir nuestro ser y obrar en el camino de este, nuestro mundo, del que esperamos ser liberados por la Gracia y méritos de nuestro Señor Jesúcristo.
Es eso lo más importante y lo que debe cuestionar y dirigir nuestro ser y obrar en el camino de este, nuestro mundo, del que esperamos ser liberados por la Gracia y méritos de nuestro Señor Jesúcristo.
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