(Mt 13,10-17) |
Muchas veces me pregunto cómo es posible que mucha gente, sobre todo gente que conozco, no tomen conciencia de la realidad de la vida. Y cuando digo, tomen conciencia, me refiero a que no busquen el sentido verdadero de la vida. Porque, a algún lugar vamos. La muerte no tiene la última palabra. Y eso es obvio. Dentro de nosotros hay un hito de esperanza y de eternidad. Está grabado a fuego en nuestro corazón.
Siempre, y continúa llamándome la atención, me ha sorprendido esa indiferencia de muchos, y como pueden vivir sin interpelarse ni estar preocupados e inquietos. Incluso, gente mayor y enfermos. Y no me lo puedo explicar sino de esta forma. El Evangelio de hoy me lo aclara cuando nos dice que al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sen ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrados los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.
Y continúa: ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y o´ri lo que oís y no lo oyeron -Mt 13, 10-17-.
Profetas y justos anteriores a la venida del Señor. E, incluso, muchos contemporáneos y, ahora, muchos de nosotros. Por eso, he dicho que nosotros, los que nos confiamos a su Palabra, somos unos privilegiados. Una Palabra que recibimos de los apóstoles y que continúa la Iglesia. Demos gracias a Dios por darnos esa oportunidad y pongamos todo nuestro pequeño y humilde esfuerzo para que, por su Gracia, se nos abran los oídos y los ojos para fiarnos y abandonarnos en su Palabra.
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