Mt 19,3-12 |
Pero, no parece así cuando entran en juego otros intereses hedonistas, placenteros o de otra índole. La palabra dada en el compromiso matrimonial se incumple y se tira por la borda. Sin embargo, seguimos manteniendo nuestras palabras ante los demás y hasta políticamente. ¿Qué confianza puede dar aquella persona que rompe su palabra ante su mujer o marido, la Iglesia y ante sus invitados? ¿Acaso merece confianza de creerle?
Y, a la vuelta de la esquina seguimos hablando de palabras y compromisos. Y asegurando que yo digo esto, que yo cumplo lo otro, que mi palabra... Fanfarronadas, mentiras, incoherencias, ninguna seriedad y nada de credibilidad para que después ocupen un puesto de responsabilidad en la sociedad. Ese es el panorama que nos deja ver el mundo en que vivimos. Y sin embargo no pasa nada. Bueno, si pasa, porque sólo tenemos que echar un vistazo al mundo que nos rodea para ver como está.
Hoy Jesús pone el punto en la llaga y establece la indisolubilidad del matrimonio: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio».
No cabe ninguna duda que la sociedad se fundamente en la unidad familiar. Y es en ella donde se forjan los verdaderos hombres, que respetan las leyes apoyadas en la Ley Natural, en los derechos humanos y la justicia, verdad y paz. Y se esfuerzan en darle cumplimiento siendo ejemplos para la comunidad. Es así como se forjan los pueblos cuyas células son las familias.
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