Jn 14,21-26 |
Hoy, Señor, mi pobre corazón se llena de esperanza y alegría. Y no es para menos, porque lo que me dices llena plenamente mi pobre y humilde corazón en gozo, esperanza y gratitud. Porque, yo, Señor, quiero tener tus mandamientos y guardarlos, pues ellos dan la paz al hombre y al mundo. Pero, Tú me dices: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Por eso, empezaba mi reflexión con esas palabras de esperanza, gozo y alegría dándote gratitud por todo eso que nos dices y nos promete.
Gracias, Señor, porque nos revelas que el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en tu nombre, nos acompañará asistiéndonos, enseñándonos y recordándonos todo lo que no hemos entendido u olvidamos con el ruido a que nos somete este mundo. Gracias, Señor, porque no nos hemos quedado solos, sino que nos acompaña en nuestro camino el Espíritu Santo, y en Él nos experimentamos capaces y fuertes para vencer los peligros y tentaciones que el mundo nos presenta.
Es una garantía sabernos morada de la Santísima Trinidad, y no porque se nos antoje a mí decirlo, sino porque Tú, Señor, nos lo dice claramente en este Evangelio: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».
Sé, Señor, de mis debilidades, de mis inclinaciones y de mi condición pecadora. Son consciente de que mi naturaleza humana está tocada y herida por el pecado, y de eso se aprovecha el Maligno. Pero, tengo en cuenta tus Palabras, Señor, y me fío de Ti. Por eso, agradecido de todo lo que me dices me siento confiado, firme y seguro y me pongo en tus Manos.
Y me esfuerzo en estar cerca de Ti, permanecer en Ti, tal y como me decías ayer domingo. Permanecer injertado en Ti, como el sarmiento en la Vid, para tener acceso a tu Gracia y recibir de tu Espíritu la fortaleza y la capacidad de discernir siempre el buen camino.
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