Mc 16,15-20 |
La vida presenta momentos y épocas de alegría, pero también de tristezas, frustraciones, fracasos y malo momentos. Puede ocurrir que aparezca una enfermedad, o que la situación económica se vuelva a peor y se complique, o cualquier traspié que no envuelva la vida en un problema. Sin descartar enfrentamientos familiares o cualquier otro tipo de problemas. Y entre todo estos cambios y situaciones necesitamos llenarnos de esperanza y de fe.
Jesús, el Señor, también tuvo una vida complicada. Su fidelidad le acarreó problemas y le llevó a la Cruz, pero en la Cruz podemos decir que empezó todo, porque fue necesario que muriera para Resucitar y transformar todo su aparente fracaso en Victoria. La Resurrección del Señor da sentido a toda nuestra vida; da sentido a todos nuestros fracasos; da sentido a todos nuestros sufrimientos; da sentido a todos nuestros dolores; da sentido a toda nuestra paciencia; da sentido a todas nuestras renuncias; da sentido a toda nuestra misericordia y amor.
Y tras su Ascensión renace nuestra esperanza, porque Él nos ha invitado a seguir el mismo camino. Estamos llamados a Resucitar como Él, pero también tras un camino donde tendremos que padecer al anunciar, como Él, el Evangelio y al esfuerzo diario de amar y perdonar como Él nos ha amado y perdonado. Pero, siempre sabiendo que el resultado final va a ser ese, la Resurrección y la estancia en el Reino de los Cielos junto al Padre.
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará».
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