Es posible que no lo adviertas ni te des cuenta. Es posible que no lo notes, pero el Señor está y pasa por tu lado a cada instante. Está dentro de ti y, como diría San Agustín, tú lo buscas afuera mientras Él permanece en tu interior. Y un día, sin saberlo, te encontrarás con Él cara a cara. Ese día será un día grande, el más grande de tu vida, pero también puede ser el peor día de tu vida. Dependerá de tu vigilancia y de estar atento a ese encuentro.
Y, para que no ocurra lo que tú ni nadie quiere, hay que
estar vigilantes, porque no sabemos la hora ni el día, pero sí sabemos que
llegará ese instante. No hay nada más cierto que la muerte, pero, también más
incierto que la hora de su llegada. Podemos vislumbrarla, pero nunca saber qué
día será. Nos hacemos viejos, pero tampoco nos damos cuenta cómo nos vamos
haciendo. Todo crece en silencio sin darnos cuenta hasta que un día lo
advertimos.
Y cuando nos damos cuenta ya es tarde. Lo que se ha hecho,
hecho está y no hay más posibilidades de volver atrás. Tu tiempo y el mío ha
acabado. De ahí la gran importancia de permanecer en constante vigilia y
atentos a nuestra forma de vivir para que nos sorprenda el Señor haciendo su
Voluntad y no la nuestra según rezamos diariamente en el Padrenuestro.
Y para eso lo mejor es permanecer unido al Señor en la
oración, la Eucaristía y la Penitencia, que nos fortalece y nos da la Gracia de
reflexionar y corregirnos cada día. No podemos alejarnos porque el demonio está
al acecho y juega con muchas cartas a su favor, el mundo y la carne. Son, junto
con él los mayores peligros que nos amenazan. Por lo tanto, estemos atentos y
vigilantes porque no sabemos a qué hora llega el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.