Lc 13,1-9 |
En muchos momentos de la vida hemos recibido alguna reprimenda y, quizás, amenaza de castigo. Recuerdo de niño que se nos amenazaba con el castigo de Dios, con la sana y buena intención de ayudaros a convertirnos. Así, al menos en mi época, se ha formado la idea de un Dios castigador y que está al acecho. Y nada más lejos de la realidad.
Nuestro Dios, mi Dios es Padre y Bueno. Un Dios lleno de Misericordia que, comprometido por Amor, nos salva y nos perdona. No es un Dios de venganza sino un Dios de Misericordia. Un Dios Padre que nos busca, nos llena y nos salva. Un Padre Dios que nos ha creado en libertad y que aguarda en silencio la administración de los talentos recibidos, de los que tú y yo somos los únicos responsables.
Un Padre Dios que nos acompaña en su Hijo y sufre con nosotros. Un Padre Dios que no castiga sino todo lo contrario, perdona. Y nos pide que seamos humildes y que reconozcamos nuestros pecados. Un Padre Dios bueno que no quiere sacrificios sino misericordia.
Un Padre Bueno que, a pesar de nuestros pecados, es paciente con cada uno de sus hijos y nos espera para que, abiertos a su Gracia, convirtamos nuestro corazón en respuesta a su Amor y demos los frutos que espera de nosotros.
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