Jn 1,1-18 |
Dios existe y siempre ha existido. Es Eterno y Todopoderoso. Ha creado el mundo y Él es la Palabra que se ha hecho carne. Es decir, hombre como nosotros. Ella, la Palabra, estaba con Dios y todo se ha hecho por Ella y sin Ella nada es posible. Ella es la Vida y la Vida es la luz de los hombres que brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.
Y esa Palabra y esa Luz nos viene al mundo a través de un Niño, el Hijo de Dios encarnado de María Virgen. Y viene envuelto de paz y amor. Una paz que el mundo todavía no ha querido tomar ni recibir. Una paz que pasa por la humildad, por el servicio y por la verdad y justicia. Una paz que los poderosos que gobiernan rechazan e incendian el mundo desde sus soberbias, egoísmos, suficiencias y poder.
Esa venida de la Palabra hecha carne, encarnada en el Hijo de María, es anunciada por Juan. Lo hemos leído y reflexionado todos estos días atrás. Juan nos ha ido preparando y el canto de su padre Zacarías nos descubre la acción y la promesa del Todopoderoso para que la Palabra habitará entre nosotros. Todo ha sido pensado y hecho por y para Ella. Ella es la Luz que alumbra al mundo y que hoy celebramos para regocijo y alegría de todos los hombres.
Este es el motivo, la esperanza de dejarnos llenar de su Luz y de su Paz que nos da la verdadera felicidad y vida eterna. Pidamos no dejarnos confundir por el mundo que nos ofrece espejismos de felicidad falsa y caduca y que nos arrastra por el pecado a la muerte. Pidamos la sabiduría de darnos cuenta de nuestras debilidades y nuestra naturaleza herida y caída. Pidamos descubrir la necesidad de encontrar, como los pastores, al Niño Dios nacido en el pesebre.
Y pidamos ser humildes como los pastores y dejarnos empapar por el anuncio del nacimiento del Mesías prometido y vivirlo con la esperanza de sabernos hijos de Dios y salvados para la Vida Eterna. Entonces podemos proclamar con verdadera alegría y esperanza:
FELIZ NAVIDAD
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