Jn 1,1-18 |
Hoy es el último día del año, y son momentos de recuerdo, de recuentos y de resultados. Muchas empresas se felicitan por el balance económico y se prometen mejorarlo el próximo año. Otros traen al primer plano los errores, los fracasos y los malos resultados con el propósito de mejorarlos este nuevo años que empieza. Todos hacemos reflexión de lo que acaba y promesas para lo que empieza. Pero, ¿es eso realmente lo que hacemos?
Posiblemente, todo eso quede en simple anécdota, costumbre y tradición. Al final lo que sucede es que la mayoría termina algo indispuesto, algo tomado y cansados o con dolor de cabeza. Mañana es un día igual a otros muchos. Sí, primero de año, pero nada más. Un día donde continua la rutina y los mismos errores o fracasos. Pero, lo peor no es eso, sino que termina un año y empieza otro sin verdaderas esperanzas, porque, en este mundo las esperanzas son limitadas y caducas.
La vida es tiempo, y el tiempo se acaba. Hoy consumimos un año más de nuestra vida y, por lo tanto, nos quedará un año menos del tiempo de nuestra vida. Por lo tanto, el tiempo hay que aprovecharlo para discernir y rentabilizar los frutos de nuestra vida. Pero, ¿qué frutos? Indudablemente, no los frutos de este mundo de índole económicos, de poder, de bienes terrenales ...etc, porque, todo eso termina, es caduco. Interesan frutos del cultivo del amor. Frutos de servicio y de buenas obras que hagan más justa la vida de los demás, sobre todo de los que sufren y carecen de casi todo.
Frutos que den vida por amor. Frutos que sintonicen con la Palabra, por la que todo y para la que todo fue hecho. Frutos que manifiesten gratitud por el don de la vida y por vivirla un año más; frutos por caer en la cuenta que la vida necesita de algo más que le dé sentido y le dé lo que realmente busca, la Vida Eterna en plenitud. Frutos para saber acoger esa Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros para transmitirnos la Buena Nueva y descubrirnos que Dios se hizo Hombre para, estando entre nosotros, demostrarnos su Amor entregando a su Hijo a una muerte de Cruz.
Sería muy provechoso terminar el año con esa reflexión y empezar el nuevo de la misma forma, porque la mejor manera de recorrer los próximos trescientos sesenta y cinco días será teniendo presente en nuestras vidas a la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros. Porque, Dios, sigue presente en nosotros.
FELIZ AÑO NUEVO
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.