No hace falta indagar muchos ni agudizar la vista y el olfato para oler y ver la presencia del mal en este mundo. La capacidad del hombre para elegir entre el bien y el mal le da esa opción para decidir si hacer bien o, por el contrario, hacer mal. Y también la influencia y presencia del demonio, que está al acecho para aprovechar toda debilidad humana para inclinarlo y arrastrarlo al mal.
No se comprende como muchos hombres quedan sometidos al influjo del mal. La realidad es que vemos a muchos pueblos privados de libertad y esclavizados por ese ciego egoísmos de algunos hombres que, atraídos por las riquezas y el poder, quedan a merced del mal. Necesitan ser liberados y en ese contexto Jesús libera a muchos de la influencia del mal demoniaco que les somete y les ciega.
Pero, menos aún se puede entender como muchos no ven la actuación liberadora y sanadora del Señor y, llenos de ira y cegados por la oscuridad, acusan al Señor de actuar al lado del demonio. No descubren que el Señor ha venido a liberarnos de ese egoísmo que nos esclaviza y nos despersonaliza y nos aparta del bien. No entienden que el Señor, cansado de sus cegueras, puede responder dejarle a su destino y en las garras del demonio.
Sin embargo, Jesús persevera y, a pesar de esas blasfemias e insultos, continúa su labor liberadora y ofreciéndose para liberarnos del poder del mal. Pero, por la libertad que nos ha sido dada, todo dependerá de nuestro sí y respuesta a la acción del Espíritu Santo en nosotros, que de no abrirnos a su acción no podremos ser perdonados. Y no porque el Señor no quiera perdonarnos, sino porque el perdón exige primero arrepentimiento y deseos de misericordia reconociendo nuestros pecados.
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