Mc 6,14-29 |
La Persona de Jesús no pasaba desapercibida, su fama se extendía por toda la región y se hablaba mucho de Él por sus milagros y por lo que decía. Era un mensaje nuevo, un buena noticia que daba dignidad a la persona por ser hijos del Dios Padre que Él revelaba y anunciaba. Ante su Padre todos los hombres eran iguales y no había esclavitud.
Su forma de hablar sorprendía porque era contraria a los criterios del mundo. Sus Palabras sonaban de forma nueva, diferente, era un buena y diferente Noticia. Una Noticia de salvación, de libertad, de igualdad, de vida eterna. Y a todo eso se añadía los milagros para confirmar y afirmar su Palabra. Todos quedaban admirados de lo que Jesús decía y hacía.
Ante todo esto: Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Pero, y tú y yo, ¿qué decimos? ¿Quizás esta humilde reflexión nos puede ayudar a discernir que se esconde en lo más profundo de nuestro corazón?
Precisamente, Juan había sido decapitado por orden de Herodes ante la petición de la hija de Herodías, que le sedujo en la celebración del banquete de su cumpleaños con su danza. Herodes por su juramento y los comensales no quiso desairarla y ordenó que le trajeran la cabeza de Juan. Quizás, no de esta forma, pero sí por y con nuestros pecados desairamos al Señor y le defraudamos. También nosotros debemos pensar que muchas veces nos comportamos como herodes en nuestras vidas.
Tratemos de reflexionar y abrirnos al Espíritu Santo para que nos fortalezca y nos llene de la sabiduría de saber que Jesús es el único y verdadero hijo de Dios, el Mesías que nos perdona todos nuestros pecados y nos da la Vida Eterna.
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