Sabemos por experiencia que el alimento sostiene el cuerpo, pero no nos da esa paz y gozo que buscamos y necesitamos. Podemos quedar hartos, pero no con la conciencia tranquila ni con el corazón satisfecho. Sólo el alimento que da Jesús es capaz de llenar el corazón humano. Y es ese alimento el que realmente debemos buscar porque el otro, el que necesita nuestro cuerpo, no basta.
Jesús cuenta contigo para repartir el pan que lleva a la Vida Eterna, y cuenta de una manera total. Quiere que tú y yo nos impliquemos en esa misión de buscar alimento para todos y que la justicia reine entre los hombres para que haya pan para todos. Precisamente, la oración de la C. Episcopal, que estamos rezando este mes de febrero dice así: Por quienes sufren hambre y cualquier forma de pobreza, para que reciban la ayuda que necesitan y la riqueza sea justamente distribuida en el mundo.
Pero, ¿dónde conseguimos esos panes y cómo llegamos a los que están tan lejos? Tú y yo nada podemos hacer, pero, juntos al Señor todo nos es posible. Nuestras oraciones, nuestras Eucaristías vividas, nuestras buenas acciones, nuestros sacrificios, nuestros esfuerzos y solidaridades, nuestros ayunos, nuestro perdón, nuestras escuchas, atenciones...etc. Cada uno de esos actos son panes que damos a aquellos que lo necesitan. Pan del bueno, pan del testimonio de la Palabra, pan que trata, no sólo de alimentar sino de dar la luz que alumbre el camino hacia el encuentro con Jesús.
Ese es el verdadero Pan, el que nuestro Señor Jesús da. Un Pan que llena, que da vida, que nos transforma y nos da plenitud eterna. Porque, su Amor, su Bondad, su Perdón, su Presencia continúa entre nosotros, su amistad, su cercanía nos llenan el corazón y nos dan esa felicidad eterna que buscamos.
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