(Lc 22,14—23,56 |
Hoy, domingo de ramos, celebramos la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesús, que terminará con el domingo próximo, domingo de Resurrección, el triunfo de la Vida sobre la Muerte. Y desde esta perspectiva es como debemos contemplar esta Semana mayor, centro de la vida del cristiano.
Proclamamos, como sucedió en este domingo de ramos, a Cristo como Rey y Señor nuestro. Un Rey que viene humildemente a salvarnos, porque su Reino no está en este mundo contaminado por el pecado, sino que su Reino se apoya y fundamenta en el Amor. Un Amor que dignifica a la persona humana y que la antepone a toda la creación. Porque, Dios ha creado al hombre y la mujer como centros de la creación.
Tratemos de vivir esta Semana Santa con la intensidad que esa celebración demanda y significa, porque en ella está fundamentada nuestra fe. Jesús es condenado por blasfemia, y su blasfemia es revelarnos que Él es el Hijo de Dios enviado al mundo para revelarnos el Anuncio de salvación. Es condenado porque no creen en su Palabra y le rechazan como el Hijo de Dios. Es condenado porque no aceptan que, tomando nuestra propia naturaleza humana se ha despojado de todo asumiendo nuestra propia esclavitud y haciéndose igual a nosotros menos en el pecado.
Es condenado porque, (Flp 2,6-11): Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Tratemos nosotros de exaltarlo y arrodillarnos ante su presencia y proclamarlo como el Señor, para gloria de Dios Padre.
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