Jn 18,1—19,42 |
Hoy, Jesús, nuestro Señor, entrega su Vida, pero no de una manera cualquiera sino dándose totalmente por cada uno de nosotros para que consigamos la Vida Eterna en la Gloria de Dios Padre. Y lo hace dejándonos a su Madre, para que siempre al amparo de ella podamos encontrar el cobijo necesario para llegar a Él. Una madre, como reza la canción, nunca se cansa de esperar.
Lo hace, señalándonos el camino del perdón. No podremos alcanzar la Misericordia de Dios si no somos capaces de perdonar. Y eso pasa por ser humilde hasta superar las humillaciones que eso nos pueda acarrear. Siempre abajarnos ante los que son más pequeños que nosotros nos será muy difícil, hasta el punto que por nosotros mismos no podremos. Necesitaremos la Gracia de Dios, porque el amor como el perdón son dones de Dios. Nosotros nunca seremos capaces de lograrlo sin el concurso y la Gracia de Dios.
Y, también lo hace, poniendo toda su confianza en Dios Padre. Él es el modelo donde nos tenemos que mirar para en el esfuerzo de cada día tratar de ir pareciéndonos a Él. Ser personas que seamos capaces de amar hasta el punto de darnos y de confiar en nuestro Padre Dios que sale a nuestro encuentro y quiere invitarnos a su Casa para que participemos de su Gloria.
Eso es la Pascua, el paso de la muerte a la Vida. Una vida de Eternidad gloriosa junto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; una vida gloriosa y plena de gozo junto al Dios Trino. Y en la Persona del Hijo, nuestro Señor Jesús, retomamos fuerzas cada día a partir de hoy que lo celebramos anualmente para que, todos los días del año, levantemos la mirada y no perdamos de vista cuan es nuestra meta y nuestra felicidad.: Parecernos al Señor hasta acabar nuestro peregrinar en este mundo entregando nuestra vida como Él por verdadero amor.
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