Jn 20,1-2.11-18 |
La muerte siempre trae dolor. Es una despedida que no tiene tiempo conocido. Por la fe, los cristianos esperamos encontrarnos de nuevo o, al menos, resucitar, pero eso no nos evita el dolor de dejar de vernos mientras caminamos por esta vida. Sin embargo, la fe de que la muerte no tiene la última palabra y que la vida saldrá victoriosa nos llena de esperanza y de alegría. Una alegría que nos fortalece y nos da la serenidad y la paz necesaria para continuar el camino hacia la Casa del Padre.
No sabemos cómo será porque no nos cabe en nuestra cabeza. Por eso necesitamos la fe y, sobre todo, en Alguien en que se pueda creer. Jesús cumple todos esos requisitos. En Él se han cumplido todas las profecías a lo largo de la historia de la Salvación y, la principal, ¡ha Resucitado! Hay muchos testigos que, antes y después, han dado la vida por Él y que declaran, los apóstoles, haberle visto durante esos cincuentas días posteriores en los que se les aparece varias veces.De cualquier manera lo verdaderamente importante es que confiamos en Él y que nos prepara una mansión en la Casa del Padre - Jn 14, 1-3 - y allí seremos eternamente felices.
María Magdalena había conocido a Jesús y había sido considerada y tratada con dignidad. Una mujer que, a pesar de la condición de mujer, sin derechos en aquella época, era despreciada y marginada en la sociedad de su tiempo. En Jesús había encontrado todo lo contrario y había sido defendida ante el desprecio de los demás. ¿Cómo no iba a sentirse mal y acudir a visitar su sepulcro? ¿Cómo no iba a llevarle flores y a llorarle ante su tumba? ¿No hacemos lo mismo nosotros con nuestros seres queridos?
Lo que María no esperaba era que el sepulcro tenía la losa quitada. Asustada echó a correr y lo anunció a Pedro y Juan. Más tarde, llorando esa misteriosa desaparición, se encuentra con Jesús y a pesar de que no le conoce y confunde con el hortelano, Jesús se le descubre y le dice que vaya y le anuncie a sus hermanos. También hoy nos lo dice a nosotros, sin embargo, primero tendremos que preguntarnos si creemos en su Resurrección y que en Él resucitaremos nosotros también. Porque, lo que no se cree no se puede anunciar.
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