Lc 9,28-36 |
La felicidad en este mundo está escondida en la propia vida. No es una felicidad que se manifiesta sólo en la alegría sino que también está presente en las dificultades y en los problemas de cada día. Es una felicidad en connivencia con el dolor y el sufrimiento de cada día, pero siempre escondida y apoyada en la esperanza y el gozo de la Palabra de Jesús. Una Palabra que se hace Vida, Verdad y Camino.
Y en este momento de la Transfiguración, Jesús nos muestra su Rostro Glorioso y nos describe ese encuentro luminoso que se desprende de la oración y la contemplación con un Jesús transfigurado y presentado por el Padre como el Hijo enviado y predilecto y al que nos invita a escucharle y obedecerle. Y en cada momento de nuestras oraciones podemos imaginar a ese Jesús transfigurado, que se nos presenta luminoso y en el que podemos vernos reflejados también nosotros e irradiarle al mundo con nuestra humildad y sencillez en el esfuerzo y la actitud de vivir en su Palabra.
La Transfiguración es un adelanto de la Resurrección donde y en la que podemos vernos reflejados apoyándonos en ella todas nuestras esperanzas. Esa es la felicidad que vivimos, a pesar de que esté salpicada de piedras y obstáculos que dificulten nuestro camino. Porque, sabemos que la Palabra de Jesús es Palabra de Vida Eterna y tiene cumplimiento. Un cumplimiento que esperamos con gozo y alegría a pesar de las vicisitudes, tristezas y también alegrías y, por supuesto, sufrimientos que se nos van presentando en nuestro peregrinar de cada día.
Pongamos todas nuestras esperanzas en la Palabra del Señor confiando que su Palabra es Camino, Verdad y Vida.
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