Mt 16,13-23 |
Quizás no resulte tan difícil confesar nuestro pensamiento, nuestra opinión e incluso nuestra fe sobre la Persona de Jesús, pero de esto a manifestarlo en nuestras vidas va un abismo. Porque todos sabemos que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Es decir, no basta con la palabra sino que hay que refrendarlo con la vida.
La coherencia es lo que expresa la realidad de tu fe, pues son tus obras donde se manifiesta lo que dices y en donde se ve lo que piensas y crees. De ahí que en un momento de tu camino Jesús quiere probarte y saber qué piensas de Él. Entonces te das cuenta y empiezas a entender que las pruebas son necesarias para declarar y descubrir tu fe, y, al mismo tiempo, son oportunidades que te sirven y ayudan para manifestarla. Entiendes aquello de la puerta estrecha y las exigencias para superar todos los obstáculos para llegar a Dios.
Las renuncias y sacrificios están para que tengas ocasión de probarte y expresar tu fidelidad y fe en el Señor. ¿Cómo, si no, puedes demostrar que crees en Jesús? Porque, no son pruebas de fidelidad cuando el camino es fácil, cómodo y va en la misma dirección que nosotros. En esas circunstancias lo natural es seguir el sentido de la corriente, pero no ocurre lo mismo cuando tienes que enfrentarte a ella y remar contra corriente. Es en esos momentos donde queda probado tu fidelidad.
Tenemos que confesar, al menos yo, que nuestras vidas muchas veces recorren caminos paralelos entre lo que se dice y piensa con respecto a lo que se hace y vive. Ser coherente nos exige lucha y fidelidad y cuando se trata de nuestra fe nos pide que la expresemos y la vivamos en todo momento de nuestra vida. Se trata, pues, de ser más transparentes y más vasos comunicantes donde la Vida de la Gracia, recibida de Dios, se viva y se manifieste tal como la experimento y creo en ella.
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