Lc 14,1.7-14 |
Todo nos ha sido dado gratuitamente y sin contar con nosotros para nada, pero, o no nos damos cuenta o somos unos desagradecidos. También, puede ocurrir, y eso es lo más probable, que nos falta tener una actitud humilde y reconocernos pequeños y pecadores. Lo contrario de la humildad es lo que precisamente nos sobra, la soberbia., y eso nos incomoda y nos hace sufrir.
Necesitamos, pues, la humildad para, reconociéndonos pecadores, acercarnos a quien únicamente nos puede darnos ese don de la humildad y limpiar todos nuestros pecados dándonos la paz. Porque, sólo en paz podemos encontrarnos con nosotros mismos y, sobre todo, con el Señor. La humildad me hace tomar conciencia de mi pequeñez y de que soy criatura de Dios e hijo suyo. Eso me sitúa en un plano de desigualdad ante Dios y de dependencia total de Él. Es mi Padre y de Él he recibido todo lo que soy y tengo.
Nunca podemos considerarnos mejores que los otros, pues, ante Dios todos somos iguales a pesar de que tengamos desigualdades en cuanto a talentos o dones. Podemos entenderlo desde la condición de la familia, donde todos somos hijos en igualdad y dignidad y queridos por los padres, pero también distintos con diferencias de capacidades entre unos y otros. Pero, lo verdaderamente importante es que todo lo que tengamos nos ha sido entregado para ponerlo al servicio de los demás y para el bien común de todos los hombres y mujeres.
En este sentido, Jesús termina el Evangelio de hoy diciéndonos: todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
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