Lc 16,1-8 |
Todos hemos recibido una herencia, empezando por la vida y todo lo que he venido y está viniendo detrás. Hemos nacido en una familia y un lugar - país - sin haberlos elegidos. Y todo lo hemos recibido para utilizarlo en función de los demás, porque, aunque pensemos lo contrario, se nos ha dado gratuitamente y de la misma forma hemos de darlo. Pronto experimentamos que sentimos un gran gozo cuando lo recibido lo ponemos en aras del bien común y al servicio de los demás, sobre todo de los más pobres.
Sin embargo, la pregunta que nos hacemos es: ¿Realmente, lo estamos realizando? ¿O lo dejamos al azar sin molestarme en poner todo nuestro empeño? Esa es la reflexión que el Evangelio de hoy nos pone de manifiesto y nos invita a reflexionar. Porque, quizás en los asuntos de este mundo, sobre todo en el orden material y económico, ponemos en juego y al máximo todas nuestras capacidades intelectuales y físicas por y para solucionar y sacar buen rendimiento para nuestro bien y propio provecho.
Pero, en las cosas de Dios, ¿qué hacemos? ¿Actuamos de la misma manera y con la misma intensidad e interés? Esa es la pregunta que el Evangelio de hoy nos suscita e interpela y sobre la cual queremos y debemos reflexionar dando respuesta a la misma. ¿Hago todo el esfuerzo posible, según mis actitudes y capacidades en poner la Palabra de Dios en el centro de mi vida? ¿Actúo según me indica y señala el camino que Dios me propone?
Ahora, a ti y a mí nos toca reflexionar y sacar conclusiones desde la verdad y la sinceridad más profunda de nuestros corazones. ¿Estás de acuerdo?
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