Jn 7,1-2.10.14.25-30 |
La gente de aquel tiempo, es decir, los contemporáneos de Jesús creían conocerlo. Sabían de donde era, quienes eran sus padres y lo que hacía, pero, ¿en realidad conocían verdaderamente de dónde venía Jesús y quien lo había enviado? La misma pregunta vale para todos nosotros. Las apariencias engañan y no podemos conocer a una persona sin antes haber tenido una experiencia fuerte con ella. Además del tiempo que se necesita para llegar a conocer su forma de pensar y actuar.
Conocer a Jesús nos lleva tiempo. Es un proceso, que nunca podremos alcanzar a conocer sin la acción del Espíritu Santo, que, a propósito, recibimos en nuestro bautismo para eso, para que nos ilumine y nos asista en nuestro camino y nos lleve al verdadero conocimiento de Jesús. Nuestra inteligencia es finita y no puede llegar a comprender el Misterio de la existencia de Dios y de su gratuita salvación ofrecida a todos nosotros. Por eso y para eso fue enviado su Hijo.
Necesitamos la fe y la actitud, por nuestra parte, de confiar en la Palabra de nuestro Señor, que nos dice en el Evangelio de hoy: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado».
¿Acaso no recuerdas, o es que no conoces las Escrituras, la presentación de Jesús en el templo - Lc 2, 21-40 -; el bautismo de Jesús - Mt 3, 13-17 -; la Transfiguración - Mc 9, 2-9 -. En todas esas citas queda muy claro el envío de Jesús por parte de su Padre. No viene por su cuenta como nos dice hoy en el Evangelio, sino que es enviado por el Padre al que, indudablemente, no conocemos.
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