Vivimos un tiempo donde el Evangelio de
hoy se puede aplicar muy bien a estos momentos de tempestades, olas gigantes y
dificultades que amenazan poner nuestra Vida Eterna en peligro. Si ya tenemos
peligros que se derivan de nuestra propia naturaleza humana, débil y herida por
el pecado, cuánto más cuando el mundo, demonio y carne nos tientan y amenazan
con esta manera de manipularnos y despojarnos de nuestros derechos a pensar
libremente. Indudablemente, navegamos en unos mares tempestuosos y bravos que amenazan
con hundir nuestra Barca de salvación.
Sin embargo, y a pesar de nuestros miedos,
sabemos que Jesús está con nosotros. Él nos lo ha dicho y, su Palabra siempre
se cumple. Y así, tal como nos lo dice el Evangelio hoy, Jesús interviene y
suaviza esas tempestades y obstáculos que amenazan nuestra vida. Pero, más la
Vida verdaderamente importante, la Vida Eterna.
Jesús siempre está con nosotros. Eso es
Palabra de Dios, porque es su misma promesa, y nosotros tenemos y debemos
confiar en Él. La Iglesia, la Barca en la que navegamos, estará siempre protegida
y los poderes del Maligno no podrán con ella - Mt 16, 18 -. Eso debe darnos
tranquilidad aunque en algunos momentos la oscuridad nos ciegue y llegue a
desesperarnos, tal y como ocurrió en aquel momento a los apóstoles cuando
sufrieron la tempestad y Jesús parecía estar durmiendo.
Igual nos puede suceder a nosotros hoy.
Hay muchos momentos en nuestra vida que Jesús parece ausente y pensamos que se
ha ido y que estamos a merced de los poderes del maligno. No perdamos nunca la esperanza de sabernos asistidos y acompañados por y
con el Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu Santo que acompañó a Jesús al
desierto y vino a nosotros en la hora de nuestro bautismo.
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