Mc 12,28-34 |
El Evangelio de hoy empieza diciéndonos: Jesús fue con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní y les dijo: Sentaos aquí... -Mt 26, 36-42 - ... y en ese lugar empezó a sentir tristeza y angustia. Digo esto porque yo, y supongo que ustedes, aquellos que puedan leer esta humilde reflexión, también sentirán en muchos momentos de sus vidas tristezas y angustias. Porque, no eres más que Jesús, el Maestro, y porque también tienes un corazón humano donde los miedos, las tristezas y las angustias conviven con la alegrías y los gozos. Pero, en los momentos de mortificación y de cumplimientos se presenta el dolor, la tristeza y la angustia.
Jesús, el Dios encarnado en naturaleza humana, experimentó el miedo, la angustia y la tristeza humana. No hizo alarde de su Naturaleza Divina, y despojado de esa condición se sometió a la humanidad para sufrir y padecer como cualquier hombre. Me quedo perplejo y asombrado. El Dios que me salva se hace hombre y sufre hasta el extremo de entregar su Vida para demostrarme hasta que punto me ama. Me ha demostrado que no hay en el mundo amor más grande.
Y yo, que también estoy sometido a esos miedos, tristezas y angustias, ¿me voy a amedrentrar? Como hizo Jesús también quiero hacer yo. Claro, debo confesar que sólo no puedo. Mi naturaleza humana es débil y frágil y necesito el auxilio del Espíritu Santo, que también lo tuvo Jesús y que me enseña a abrirme a su acción y a dejarme llevar por sus impulsos. Y ese es el camino para superar los miedos, las tristezas y los momentos depresivos y angustiosos.
Las fuerzas y el valor los extraemos de la Eucaristía, esa entrega y alimento del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor que nos transmite su Fuerza y su Gracia para, espiritualmente, fortalecernos en la lucha diaria con los obstáculos y dificultades que nos salen al paso. En ese momento Eucarístico nos sentimos identificados con Xto. Jesús en la persona del sacerdote que preside y representa al Señor y que, a través del Sacramente Eucarístico nos trasmite el Espíritu del Señor.
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