Siempre debemos estar interpelándonos nuestra fe, porque la fe, sobre todo la nuestra, es frágil y propensa a desfallecer en cualquier momento. La fe necesita fortaleza, pues se trata de creer en Alguien a quien no vemos y que, al compartirla con otros, la fortalecemos. Es decir, la fe compartida se fortalece. Es, pues, evidente que necesitamos ir en comunidad y caminar comunitariamente.
Porque, sólo en la comunidad podemos probarnos al enfrentarnos al reto de amar a los otros. La vivencia de tu fe aislada te separa de la prueba del amor. ¿A quién vas a amar si tu fe está aislada? El hombre es un ser en relación y necesita de los otros para probar su capacidad de amar y, por supuesto, descubrir la medida de su fe. Creer en Jesús es sentirnos invitados a amar. Y amar, no de una manera cualquiera o como a nosotros nos guste sino como Él nos amó y nos sigue amando.
La fe necesita probarse cada día y, cada día, valga la redundancia, encontramos en el camino pruebas que nos invitan a descubrir y manifestar nuestra fe. Y eso, lejos de debilitarla, la fortalece cuando la compartimos con otros hermanos en la fe reunidos en torno a nuestro Señor Jesús. Él es la roca firme en la que nos apoyamos y, desde Él, animados por su Espíritu, fortalecemos nuestra fe y nos atrevemos a compartirla y a vivirla en comunidad.
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