Siempre nos asusta emprender el camino que nos señala Jesús, porque es un camino difícil, complicado y lleno de obstáculos y problemas que te complican la vida. Y es que seguir a Jesús es aceptar un camino de cruz y, por supuesto, a nadie, menos sabiéndolo, nos apetece caminar tras la cruz de padeció Jesús.
Por nuestra propia naturaleza huimos de los sufrimientos y de todo aquello que nos lleva a la privación y al martirio. Entendemos la felicidad, que todos perseguimos, como un estado placentero y sin problemas que nos comprometa y nos exija discernimiento. Es decir, un camino fácil y alejado de toda cruz. En ese sentido, seguir a Jesús nos crea siempre problemas.
Posiblemente, la Transfiguración, y de hecho habrá muchas transfiguraciones minúsculas y personales en nuestras propias vidas, es un aldabonazo para despertarnos, animarnos y alumbrarnos la meta a la que estamos llamados y seguimos tras el seguimiento, valga la redundancia, a Jesús. Es la meta final donde se colman todas nuestras máximas aspiraciones y a la que aspiramos personalmente y comunitariamente con los que peregrinan hacia esa meta final.
Es, precisamente ahí, donde se esconde esa promesa de, "perdiendo esta vida ganamos la auténtica" - Mt 10, 37-42 - para, de esa forma, perdiendo ésta, ganar la auténtica y verdadera, la plena de gozo y felicidad que salta hasta la Vida Eterna. Cuidemos, pues, esos momentos de desfallecimiento y desánimo con verdadera paciencia, fidelidad y fortaleza, para apoyados en la esperanza caminar confiados en que nuestro Padre Dios camina con nosotros y nos espera con los brazos abiertos.
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