Hay muchos momentos de nuestra vida que nos sentimos pletóricos, optimistas y esperanzados. Experimentamos, con gozosa alegría una esperanza de paz y felicidad que llena plenamente todos esos momentos de nuestra vida. Es como si experimentáramos un Tabor dentro de nuestro corazón que nos llena de fortaleza y esperanza para comenzar de nuevo el camino.
Sin embargo, como si de una nube se tratara, también en instantes desaparece y se presenta de nuevo la realidad. La vida vuelve y se hace presente en su normalidad de cada día. Despertamos con los mismos problemas, las mismas luchas y las mismas tentaciones. Experimentamos que hemos bajado de nuevo la montaña y el camino nos desafía de nuevo.
Cada día es parte de ese tabor y de esa cruz con la que tengo que cargar. Ese tabor en el que tengo que poner todas mis esperanzas y esa cruz - mi cruz - con la que tengo que cargar sobre mis espaldas. El tabor - mi tabor - representa la esperanza que me da firmeza, sostén y fortaleza para seguir hacia delante, para confiar y creer en la Palabra del Señor, y, para, sobre todo, no perder de vista la meta y el final del camino de mi cruz.
Es muy importante tener delante de mis ojos y en el centro de mi corazón la experiencia y esperanza de mis tabores donde Jesús, el Señor, me ha tocado o lo he sentido cerca de mí y se me ha manifestado como un sentimiento de esperanza o una luz que me alumbra el camino a seguir. No perdamos esa visión que fortalece mi camino y anima mi vida a seguir hacia delante.
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