Mt 15,29-37 |
Es cierto que primero hay que llenar el estomago y que con la barriga llena podemos empezar a hablar. Ni que decir tiene que el hambre nos mueve y nos despierta y nos dispone a buscar saciar el hambre y la sed, pero, también podemos y debemos hacernos esta pregunta, ¿basta con eso? ¿Todo se reduce a satisfacer nuestra necesidad de hambre y sed?
Porque, hay muchas clases de hambre y de sed. Y todas son necesarias e importantes, pero una sobresale por encima de las demás, el Pan de Vida Eterna, porque ese alimento es la clave y nuestro destino. Estamos llamados a la Vida Eterna. Es también claro que de la fortaleza de ese alimento se desprende todos los demás, pues, estando en el Señor tendremos la fortaleza de su Gracia y la capacidad para compartir con los demás.
No cabe duda que hay muchas clases de hambre. Hambre de justicia y verdad; hambre de libertad y de respeto a los derechos de la Ley Natural; hambre de derechos fundamentales que emanan de la dignidad de la persona por el hecho de ser hijos de Dios. Pero, sucede que, dentro de todas esas necesidades nosotros priorizamos la salud y el dinero. Es decir, la vida y el poder. Y nos olvidamos de que lo más importante es el encuentro con el verdadero alimento que es el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.
Porque, ese alimento es el que nos llevará a la Vida Eterna, meta y fin de nuestra máxima aspiración y lo que toda persona humana desea y busca. Y que nos capacita, con y por su Gracia, para compartir con los demás.
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