Mt 1,1-17 |
La encarnación no fue una intromisión, por decirlo de alguna manera, de Dios en el mundo, sino una venida natural dentro de una familia con su propia historia de generaciones y antepasados. El evangelista San Mateo presenta un Jesús hombre dentro de una familia con su historia natural. Historia llena de hombres y mujeres pecadores, de los que Dios se vale para modificar el curso de la historia de su pueblo hacia esa liberación para la que ha enviado a su Hijo como libertador y salvador.
Jesús nace y está dentro de la historia de un pueblo cuya generaciones nacen desde Abrahan hasta Jesús, hijo de David: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.
A través de todo ese tiempo hubo de todo, gente del pueblo, extranjera y, por supuestos, pecadores. Mujeres prostitutas que no representan un expediente inmaculado. Jesús se incorpora a este mundo con un pasado generacional como otro cualquiera. Pero, Él es el enviado y nace de una Virgen Inmaculada llena de la Gracia de Dios. Por eso, nos viene a limpiar, a rescatar de la esclavitud del pecado y, por tanto, a salvar. Nos preparamos para su venida.
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