Con frecuencia vemos que muchos exhiben sus bondades y generosidad con la intención de ser aplaudidos y admirados. Nadie quiere callarse sus buenas obras y trata de ponerlas a la luz con bombo y platillo. Sin embargo, en el caso contrario, es decir, cuando hacemos algo que nuestra propia conciencia nos tacha de malo y de que no está bien, inmediatamente lo escondemos. Es decir, buscamos sacar y exhibir lo bueno y esconder lo malo.
Y eso no parece correcto. Uno debe y tiene que mostrar lo que realmente es y como es. Ayer decíamos que tus frutos - tus cosas buenas o malas - dictarán sentencia sobre tu persona. Clamarán al viento tu forma de ser y no esconderán nada de lo que realmente tú seas. A pesar, como descubre hoy el Evangelio de - Mt 6,1-6.16-18 - de que te guste aparentar mostrando lo que no eres delante de los demás.
Jesús nos lo dice hoy claramente:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas
trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y
por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os
digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará
en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.»
¿Tiene eso sentido? Todo el del mundo, pues, si exhibes tus buenos actos, ya obtienes tu premio por los aplausos y admiración que obtienes. Has sido pagado. Es lógico que guardes tu secreto para que tu Padre - que ve en lo secreto - te premie por tu humildad llegado el momento. Y lo mismo ocurre con la oración. También nos lo descubre nuestro Padre Dios hoy en el Evangelio:
Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
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