Al principio de la Biblia leemos que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Te has parado a pensar dónde está esa semejanza? En lo físico no debe ser, porque Dios es Espíritu, luego estará en lo espiritual, en los sentimientos del corazón y, sobre todo, en el amor. Dios es amor y nosotros tenemos mucho de eso. Sin amor no podríamos vivir. Necesitamos imperiosamente amar y ser amado.
Hago esta simple reflexión porque, posiblemente nos aferramos a las tradiciones sin más quedándonos atrapados en nimiedades y tonterías que no significan nada ni tienen sustancia suficiente para cuestionar las actitudes y comportamientos del hombre. Eso fue lo que sucedió en el pasaje evangélico que hoy nos narra Marcos 7, 1-13 - en el que Jesús se ve interpelado por los fariseos y requerido a cumplir con las tradiciones de los antepasados: Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan:
« ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres».
Sería bueno limpiar todas nuestras actitudes desde la óptica del amor. Porque, lo verdaderamente importante no son las normas y leyes que, legisladas por los hombres, no miran precisamente al bien del hombre, sino que lo que importa es buscar siempre el bien del hombre amándole y amándonos tal y como nos amó Jesús y nos ama nuestro Padre Dios.
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