Lc 18,1-8 |
La perseverancia nos descubre la fe, porque, nadie persevera si no tiene fe. Así que, una persona que persevera es una persona de fe. Será grande o pequeña, o, quizás una fe acomodada e instalada en los hábitos y rutinas, pero, al fin y al cabo, fe. Fe que, como semilla, puede crecer y madurar.
Porque, nos preguntamos, ¿cómo se puede perseverar si no hay esperanza? Precisamente, la fe es la que alimenta la esperanza, y, a su vez, la esperanza fortalece y sostiene a la perseverancia. Persevera, eso es indudable, aquel que espera encontrar eso por lo que y en lo que persevera, la oración, que es el medio por el que sostiene su contacto con el Señor, a quien pide sus necesidades y solución de sus problemas.
Insistir en la oración es la prueba de que hay fe y, ¡por supuesto, esperanza de ser escuchado! Jesús busca probarnos – pues somos libres y necesitamos demostrar nuestra propia elección – pidiéndonos que insistamos y perseveremos en la oración. Cuando hay fe, la perseverancia se sostiene. Ella va descubriéndonos y gritando que hay fe. ¡Y, sí fe, esperanza!
Esa fue la actitud de aquella pobre viuda, la insistencia en pedir a aquel juez injusto que le hiciera justicia. Jesus, al respecto, nos dice en el Evangelio de hoy: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?». Por tanto, insistamos sin desfallecer sabiendo que en nuestra perseverancia estamos descubriendo y manifestando nuestra fe.
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