Esta boda está importantemente significada en el Evangelio de Juan porque marca el comienzo de la presentación – por decirlo de alguna manera – en la vida pública de Jesús. A partir de ahí, su fama se extiende por toda Galilea y el Espíritu de Dios – que ya le había acompañado y presentado en el Bautismo del Jordán y desierto - continúa su acción para que Jesús cumpla su misión: Anunciar la Buena Noticia del Amor de Dios y su Infinita Misericordia.
No cabe ninguna duda, María, su Madre, tuvo una intervención, digamos de solidaridad y confianza en la misión Divina de su Hijo. El milagro del agua convertida en vino extendió por toda la región la fama de Jesús y, desde ese momento, el Espíritu de dios actuaba entre los hombres a través de Jesús, el Hijo de Dios, presentado en el Jordán, citado ya antes, y presentado por la Voz que vino del Cielo – Padre – y luego señalado por Juan el Bautista.
Desde ese momento, nuestra relación íntima con nuestro Padre Dios pasa a través del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y, sólo a través de Él y por Él llegaremos a intimar con el Padre. Jesús, por tanto, será el Camino, la Verdad y la Vida. No hay otro, Él es el único Camino. Conviene, pues, invitarlo también a nuestra boda – porque está entre nosotros – para que transforme nuestras impuras aguas contaminadas por el pecado en vino espiritual de amor y misericordia, eliminando todas nuestras impurezas de soberbia, vanidad, egoísmos, malas tentaciones para que, quedándose en nuestro corazón, nos limpie y nos deje sólo llenos de amor y misericordia, por la Gracia de Dios. Por tanto, ¡invitémosle!
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