Lc 5,1-11 |
Tu vida será diferente a partir de que tu encuentro con Jesús sea un encuentro profundo y serio. Un encuentro que llegue al fondo de tu corazón. Eso fue lo que sucedió con Pedro aquel día. Pedro y todos los demás apóstoles. Conocían la autoridad de Jesús y obedecían su Palabra. Ellos eran los expertos pecadores y habían pasado toda la noche bregando. ¡No había pesca!
Y a Jesús se le ocurre que salgan a pescar. Pedro, sometido libremente – por la autoridad de su Palabra – le advierte, pero le escucha y obedece. Y, siguiendo sus indicaciones, echan las redes al mar. ¡Asombroso!, se produce la pesca. Una pesca tan abundante que – su peso – amenaza con hundir la barca. Llaman a los compañeros para que les ayuden a transportarla.
Pedro no sale de su asombro. Cree profundamente y su corazón se entrega al Señor. No hay segundas intenciones, sospechas o gajes del oficio – suerte – sino un rendirse a la evidencia y a la autoridad con la que Jesús, el Señor, dice y se hace. ¡Señor, apártate de mí, porque, no soy digno de estar a tu lado! Soy un pecador. Fueron, más o menos las palabras de Pedro. Y supongo que deben ser las mías también. No merecemos, Señor, tanto Amor e Infinita Misericordia. Igual que sucedió con aquella abundante pesca, donde horas antes no había ninguna, sucede con nosotros. No entendemos nada, y menos, tu Infinito Amor Misericordioso.
Nade que decir, Señor. De asombro en asombro y dejar que mi pobre corazón, perplejo y asombrado, se abra a tu Palabra y a tu Voluntad. No sé lo que esperas y quieres de mí, Señor. Nadie mejor que Tú sabes de mi capacidad y posibilidades; de mí debilidades, miserias y pecados. En tus Manos, Señor, quiero dejar toda mi voluntad para que Tú dispongas dónde y qué debo hacer. Haz, Señor, que mi voluntad, por la libertad que Tú me has dado, no interrumpa la Tuya.
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