Mc 10,28-31 |
Después de que aquel hombre, presuntamente rico, se resistió a la llamada de Jesús, apegado a sus bienes y riqueza, Pedro dijo a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». A lo que Jesús respondió: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros».
Atesorar bienes y riqueza en este mundo. Así como fama, éxito y primeros puestos en todo lo que desprende admiración, reconocimientos y títulos, no vale para nada en el otro mundo. Porque, alcanzar la Vida Eterna exige ser último y no primero. Y eso significa que hacer el bien, no buscándote ni esperando recompensa, sino dándote voluntariamente y gratuitamente. Y siempre en la línea de la verdad y la justicia acarrea muchos problemas y resistencia por aquellos que viven en la opulencia y son capaces de recurrir a la demagogia y la mentira para mantenerse en esa situación privilegiada y ventajosa para ellos. A eso se refiere Jesús cuando se refiere “con persecuciones”.
Seguir a Jesús exigirá sacrificio y presentará dificultades, insultos y toda clase de contrariedades. Le pasó Él y le pasará también a todos aquellos que le sigan. Sin embargo, esa es la señal y la mayor alegría. Son bienaventurados todos aquellos cuando reciban insultos, sacrificios y malos tratos en y por el Nombre de Jesús. Esa es la dicha, a pesar de las dificultades, más grande que se puede tener. Es y significa ser de los últimos y eso es lo más grande que, a quien sigue a Jesús, le puede suceder. Es multiplicar por Infinito todo lo que deje en nombre de Jesús, Vida Eterna.
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