Ese es el contexto donde los dos de Emaús deciden
volver y regresar a la rutina de antes. No hay esperanza y, al menos parece,
todo ha terminado con la muerte de Jesús. ¿También pensamos nosotros así? ¿Abandonamos
y regresamos a ese mundo de sombras y penumbras?
Supongo que los apóstoles y discípulos vivieron unos
días en esa tribulación. Días amargos, de sombras y oscuridad, de desesperanzas
y desconcierto. De ahí sus méritos, por la Gracia de Dios, de perseverar,
confiar y, posiblemente, al lado de María, la Madre, reunidos y confiados.
Gracia a esa espera, a esa confianza, hoy, nosotros, vivimos con gozo y alegría
la espera y la esperanza – valga la redundancia – de la Resurrección del Señor.
Lo sabemos por el testimonio del colegio apostólico – la Iglesia – y lo
experimentamos en nuestras propias vivencias y esperanzas. Así, con esta ilusión
fundamentada en la esperanza de la Resurrección, esperamos celebrar ese
glorioso domingo de Resurrección.
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