Ante la pregunta que le hacen, Jesús, inclinándose se
pone a escribir con el dedo en la tierra. Al insistirles, se incorpora y les
dice: «Aquel de vosotros que esté
sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía
en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro,
comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía
en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha
condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más».
La
Misericordia de Jesús queda de manifiesto. Jesús es Infinitamente Misericordioso
pero, también justo. «La
justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La
justicia sin misericordia es crueldad, y la misericordia sin justicia es ruina,
destrucción»
(Santo Tomás de Aquino). Y eso nos alegra grandemente y nos llena de esperanza,
porque sabemos y conocemos la Misericordia de Dios. Nos sentimos perdonados y,
por tanto, salvados. Eso sí, no olvidemos las últimas Palabras de Jesús «Vete, y en
adelante no peques más»
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