Dependerá,
pues, de nosotros de cumplir su Voluntad o de seguir nuestras apetencias y
pasiones. Y, según eso, estaremos con Él a su derecha, gozo eterno, o a su
izquierda, condenados al sufrimiento eterno. Dios nos conoce y sabe de nuestras
debilidades, de nuestras heridas y el límite de nuestras fuerzas. Sabe de
nuestros fracasos y pecados y, sabiéndolo, nos ama hasta el extremo de dar su
Vida para salvarnos. No solo la de los que le aceptan, creen y le siguen, sino
que da su Vida por todos, buenos y malos. Todos están invitados a salvarse. Precisamente,
la vida, ese espacio de tiempo entre el nacimiento y la muerte, es el regalo
que Dios nos da para que decidamos donde queremos pasar toda la eternidad.
Se
me ponen los pelos de punta, así de simple y sencillo. Tenemos en nuestras
manos la elección: la Vida eterna en plenitud de felicidad, o la condenación
eterna al sufrimiento y angustia. ¿Qué elegimos?
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