Tras
el anuncio del ángel, María sale hacia la casa de su prima Isabel. Le ha sido
anunciada por el ángel que Isabel está ya embarazada, de seis meses. Será la
madre de Juan el bautista, el precursor, que preparará el camino al Señor. Y,
María, acude en servicio de su prima, mujer ya anciana, pero, por obra y gracia
de Dios, en estado de buena esperanza.
Milagro
tras milagro, porque, de ser una persona, de edad avanzada, imposible de dar a
luz, tampoco podía saber que María, anunciada por el ángel, era la elegida para
ser la Madre del Mesías anunciado y prometido. ¿Cómo, pues, Isabel saluda a
María de esa forma? Hace ya tiempo que este pasaje evangélico me ha
sorprendido. Se descubre claramente la intervención del Espíritu Santo. Isabel,
por la acción del Espíritu, exclama ese
hermoso y sorprendente saludo a María. Ella, a todas luces, no puede saber que
María ha sido elegida por Dios para ser la Madre del Hijo enviado.
Y,
la respuesta de María es otra acción del Espíritu que, llena de Gracia, canta
ese hermoso Magníficat que recitamos todas las tardes en la oración de víspera
y que, bien reflexionado, descubrimos en él como se ha cumplido en María. Madre
de Dios y de todos los pueblos de la tierra.
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