Jn 6,35-40 |
La experiencia nos descubre en el tiempo que la
felicidad no se esconde en el poder ni, tampoco, en las riquezas. Otros la
buscan en el éxito, la fama o el placer, y también, en el trascurso del tiempo
experimentan que no está ahí. Saben, lo único seguro, que el tiempo de su
juventud se acaba y que con la vejez llega también el tiempo del decrépito y de
la soledad. Se experimenta la cercanía de la muerte y la insaciable necesidad
de no encontrar esa felicidad tan desesperadamente buscada.
¿Qué ocurre?, nos preguntamos. Posiblemente, hemos ido
por el camino equivocado. Hemos buscado amar, porque, necesariamente, el hombre
es un ser en relación por amor, pero, hemos gastado ese amor en nosotros y de
manera egoísta. Se nos ha ido la vida buscando amarnos sin mirar por la
necesidad de dar amor a quien lo necesitaba. Hemos buscado donde no podíamos
encontrar. La felicidad, la verdadera felicidad, se esconde en el amor ágape.
En ese amor que no se queda ni se extasía en uno, sino que, saliendo de uno
llega a darse en y para beneficio del otro, sobre todo, del necesitado. Y cuando
se experimenta y se vive ese paso, se descubre que lo que se buscaba estaba ahí,
la felicidad.
Descubrir que seremos felices en la medida que vivamos
para y por amor; en la medida que nos demos en y por amor. Experimentaremos que
nuestra felicidad será más plena y eterna. Pues, toda felicidad que proceda del
mundo es una felicidad caduca, temporal y nunca plena. Solo, el Pan Eucarístico
que nos da y ofrece Jesús para que comamos en la Eucaristía, su propio Cuerpo y
Sangre, es Pan de Vida Eterna.
Jesús, el Señor, ha venido para hacer la Voluntad de su Padre. Y esa Voluntad es que no se pierda nadie de los que el Padre le ha dado, así leemos en el Evangelio de hoy: Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día». No hay ninguna duda, disipa la oscuridad que hay en tu corazón y cree en la Palabra del Señor.
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