Mt 19,3-12 |
Así
se forman los pueblos, apoyados en las familias. Y las familias sustentadas en la
unidad conyugal del santísimo matrimonio, reflejo y proyecto de amor emanado
del Padre, que nos ha creado a su imagen y semejanza. Romper esa unidad sería poner en peligro la sociedad
de la que, la familia, es la célula fundamental.
Y
es que detrás de esa ruptura conyugal o matrimonio se esconden tus egoísmos,
ambiciones e inmadurez psíquica. Toda ruptura está apoyada en el egoísmo
personal de los propios cónyuges. Rompes con todo aquello que se interpone a
tus proyectos y ambiciones personales y, como no, a tu forma de ver, pensar y
entender la vida. Tú te pones como prioridad ante tu matrimonio.
¿Y tus hijos? ¿Dónde está el amor a tus hijos? ¿Has medido tu amor con respecto a tu cónyuge e hijos? ¿Hasta dónde estás dispuesto/a darte gratuitamente por amor con y por ellos? ¿Has medido las consecuencias que traerá esa ruptura sobre, tanto tu esposo/a e como a tus hijos?
—Cuando
se produce una ruptura matrimonial falla el amor —proclamó rotundamente Manuel.
—Es
evidente que ese amor no está maduro —dijo Pedro.
—Amar
—agregó Manuel— comporta sacrificio, despojo, gratuidad, humildad, comprensión,
misericordia, paciencia y muchas cosas más. Si se opta por la ruptura el amor
que se descubre es el amor a sí mismo, a su propia satisfacción y egoísmo.
—Sí,
respondió Pedro. Creo que es ahí donde se esconde ese deseo de ruptura.
Satisfacerse a sí mismo.
Hoy nos queremos y mañana no. Detrás de esa actitud se esconde solo un deseo de apetencia, de satisfacción y de placer. No se busca ni se piensa en el bien del otro. Solo me busco vivir placenteramente yo. Y cuando eso no se da busco la ruptura sin importarme nada de lo que dejo atrás. Ni siquiera los hijos.
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