Desde
ahí observamos como Jesús le da mucha importancia a los niños. El Evangelio de
hoy lo deja muy claro: (Mt 19,13-15): En aquel tiempo, le presentaron a Jesús
unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les
reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo
impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos». Y,
después de imponerles las manos, se fue de allí.
De modo que, para alcanzar el Reino de Dios,
cosa que todos queremos, aunque muchos lo ignoren, tenemos que abajarnos, ablandar
nuestro endurecido corazón con los años y suavizarlo como cuando fuimos niño.
Suavizarlo en el sentido de fiarnos de la Palabra de nuestro Padre Dios y estar
en actitud de obediencia. Dejarnos empapar de la fe – don de Dios – que nuestro
Padre nos regala y da a quienes se abren a su Palabra.
—Ser niño significa —comentó Manuel— dejarnos
invadir de la Palabra de Dios y confiar en Él. Ser niño es volver a la
necesidad de experimentarnos necesitados – valga la redundancia – de un Padre
que nos proteja, nos guíe y nos salve de la esclavitud del pecado a lo que nos
somete este mundo.
—Es verdad —dijo Pedro. Experimento que en la
medida que me hago mayor, mi corazón se endurece y me cuesta más tener
confianza y obedecer.
—Eso es cierto. La vida endurece nuestro corazón y de no ponernos en manos del Señor nuestro corazón se cerrará a todo lo que no sea su propia razón y proyecto. Lo expresamos muy bien cuando decimos: ¡A mi edad me vas a decir lo que tengo que hacer!
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