Mt 15,21-28 |
Aquella
mujer cananea salió al encuentro de Jesús gritando y suplicándole que curara a
su hija. Esa decidida fortaleza se apoyaba en esa confianza de que Jesús podía
curarla. Ante la indiferencia de Jesús a sus súplicas y a sus palabras de
rechazo, aquella mujer se atrevió a responderle:
«No he sido enviado más que a las ovejas
perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y
le dijo: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los
hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los
perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús
le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas».
Es evidente que su fe e insistencia tuvo el
premio de la admiración y curación por parte de Jesús.
—Cuando deseas algo efusivamente tratas de
buscarlo y, en consecuencia te mueves —comentó Manuel.
—Es cierto —respondió Pedro. La fe es causa del
amor. Cuando amas buscas e insiste.
—Así es —afirmó Manuel. Aquella mujer cananea creía
hasta el punto de que puso todo lo de su parte hasta convencer a Jesús de su
fe. Y, el Señor, no se resiste a darnos lo que pedimos, sobre todo si lo
pedimos con fe. Una fe que nace como don de Dios.
Y esa es la pregunta que nos hacemos nosotros hoy. ¿Hasta que punto nuestra fe esta dispuesta a darse y a ponernos en búsqueda del Señor?
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