El
problema es que nos empeñamos en darle prioridad a mis planes posponiendo los
que nos propone el Espíritu Santo. De alguna manera, aunque no lo creamos o
reconozcamos, pensamos que nuestros proyectos son los buenos, los que nos
interesan y los que nos conviene. Y es ahí donde se esconde nuestro gran error.
También les ocurrió a los apóstoles y, sobre todo, a Pedro.
En
el Evangelio de hoy leemos: (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región
de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles
Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado… Y, refiriéndonos a Pedro:
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus
discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos,
los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.
Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor!
¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».
No parece que nosotros estemos muy lejos de esas actitudes de los apóstoles ni de la que nos muestra Pedro. Ha pasado mucho tiempo, pero nuestro corazón continúa inmaduro. No entendemos los planes del Señor y tampoco coinciden con los nuestros. Seguimos proponiendo y dando prioridad a los nuestros y, como Pedro, queremos que el Señor siga nuestros indicaciones.
Y, sin darnos cuenta, seguimos la jugada a la que nos invita Satanás. Solo, dejándonos asistir por la acción del Espíritu Santo podremos encontrar la fortaleza, la paz y la sabiduría de posponer nuestros planes, imperfectos, y dejarnos guiar por los que nos propone el Espíritu de Dios, planes que nos llevan a nuestra salvación y felicidad eterna.
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