Lc 9,28-36 |
Junto a Jesús, aparecen Moisés y Elías,
personajes de relevancia del Antiguo Testamento, que revelan la autenticidad de
Jesús, el Mesías prometido e Hijo de Dios. Una revelación auténtica a las
puertas de sufrir Jesús su Pasión, crucifixión y muerte. Una inyección de moral
y de esperanza en la Resurrección y triunfo sobre la muerte del Hijo de Dios.
Ahora nos toca a nosotros dilucidar este
acontecimiento, revelado y transmitido por el testimonio de los apóstoles, y
preguntarnos si aceptamos esa invitación del Padre a escuchar la Palabra de su
Hijo. A escucharla, meditarla, reflexionarla y esforzarnos en hacerla vida en
nuestra vida. Eso, será cuestión, primero, de conocerla, leerla y reflexionarla
para luego intentar aplicarla a la vida.
—Podríamos —dijo Manuel—subir, de forma
imaginaria, al monte Tabor y, por la fe, contemplar al Señor en todo su
esplendor. ¿No te parece una buena idea, Pedro?
—Evidentemente, todo lo que nos ayude a
contemplar y fortalecer nuestra fe será bueno. Y la meditación, reflexión y,
sobre todo, la lectura de la Palabra de Dios se hace necesario para sostenernos
en la fe.
—Dedicar unos minutos cada día a meditar, a
reflexionar sobre lo que la Palabra de Dios nos dice cada día es, a mi modo de ver,
una manera de acompañar al Señor al monte Tabor. Por la acción del Espíritu
Santo podemos, por su Gracia, tener una experiencia de su presencia en
nosotros.
—Siempre será bueno esforzarnos en ese sentido —concluyó Pedro.
Ambos amigos eran conscientes de que en la dureza del camino de nuestra vida conviene en muchos momentos pararse, tomar un respiro, fortalecer nuestra fe y crecer, por la Gracia de Dios, en esperanza y amor. Hay muchos momentos que el Señor también nos invita a nosotros, de alguna manera, a tener un tiempo de Tabor y de contemplación para recobrar nuestro ánimo y cargar con nuestra cruz.
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