Es evidente, la
Palabra que nos anuncia Jesús, el Señor, no deja indiferente. Es más,
desestabiliza y crea conflicto. Cuesta asimilarla, aceptarla y, sobre todo,
creerla. Es una Palabra de vida, de Vida Eterna, y eso está por encima de
nuestra capacidad de entender. Una Palabra que rompe todos tus esquemas ya
concebidos por tu mente y desestabiliza tu vida, tu confort, tu cómoda e
instalada situación. ¿Qué hacer? ¿Cómo acogerla?
Todos estos
interrogantes fuero válidos para aquella época y lo son para la nuestra hoy.
Nos sucede lo mismo que ayer. Acoger la Palabra de Jesús y decirle que sí, nos compromete
a cambiar nuestra vida, a dejar muchas cosas a las que estamos apegados y eso
duele, cuesta hasta el punto de que nos planteamos darnos la vuelta, cerrar
nuestros odios y seguir nuestro camino. Eso fue lo que hicieron muchos de sus
contemporáneos, y eso es lo que también hacemos muchos de nuestra época.
La pregunta se cae
por sí sola: Y tú o yo, ¿qué camino tomamos? ¿Creemos en su Palabra y optamos
por, abiertos a la acción del Espíritu Santo, ponernos en camino de conversión?
¿O tiramos por el camino de nuestra razón, nuestras ambiciones y proyectos y
damos la espalda a la Palabra de Dios?
Esa es la disyuntiva y la cuestión. No hay otra. ¡O estamos con el Señor o estamos en contra! Medianías no quiere el Señor. Será, aunque quizás ahora no lo veamos, la decisión más importante de nuestra vida. En ella nos jugamos todo, nuestra felicidad, no solo la de aquí abajo, sino la eterna. Ahora, tengamos paciencia y no desesperemos. Para el Señor todo es posible y su Misericordia es Infinita. Si Él nos lo propone es porque sabe que, asistidos por su Gracia, podemos hacerlo. Por tanto, confiemos en el Señor y pongámonos en sus manos.
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