Todo se enreda y
la situación es tensa. Jesús siente esos momentos como cualquier ser humano y
posiblemente experimenta miedo y tensión. Acude a casa de su amigo Lázaro con
la intención de descansar y apartarse un poco de tanto jaleo. Sabe que le
persiguen y que tratan de matarle.
Inesperadamente,
María toma una libra de perfume de nardo auténtico y costoso. Le unge a Jesús los
pies y se los enjuga con su cabellera y el ambiente queda inundado de un olor
penetrante y característico que, de alguna forma, prepara simbólicamente el don
que Jesús hará de su propia Vida.
Es inminente la hora
del gran acontecimiento. Jesús, el Señor, el Hijo de Dios, entrega su Vida por todos
los hombres. Deja libremente en sus manos la decisión de aceptar ese rescate de
la dignidad de ser hijos de Dios o de tomar el camino que cada cual, enroscado
en su propio corazón, se cierre a la invitación de Amor Misericordioso que Dios
le hace. Y esa es la problemática que se nos plantea en nuestra vida.
Desde esa perspectiva es como podemos vivir y ver la Semana Santa que se nos avecina y que hoy, lunes santo, estamos ya viviendo. Una semana de liberación; una oportunidad de liberarnos del pecado, de ser libres y de elegir la mejor opción: aceptar la paternidad que el Padre nos regala y nos ofrece misericordiosamente. Porque eso significa entrar en su Gloria y ser feliz eternamen.
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