No parece que los apóstoles
tengan ánimo. Sus sensaciones son de fracaso, de confusión y no saber a que
atenerse. Están asustados, igual que nosotros hoy, y no se siente con ánimo ni fuerzas
para dar testimonio ni hablar de Jesús a otros. Y Jesús lo sabe, nos conoce y
considera que tiene que mostrarse para animarlos y fortalecerles. Se pone en el
centro como indicándonos que Él tiene que ser el centro de nuestra vida. Y para
abrirnos los ojos nos muestra sus manos, sus llagas y costado. E incluso come
con ellos.
Sin embargo, hay
muchos Tomás en este mundo que nos cuesta mucho creer. Exigimos ver, tocar y
cerciorarnos de la verdad. Una verdad que por mucho que la veamos nunca
llegaremos, al menos en este mundo, a comprender. Nos sobrepasa y no alcanzamos
a comprenderla. Está por encima de nuestras capacidades y necesitamos la fe.
Sin fe no podremos creer en su Palabra. Las dudas siempre nos asaltarán en los
momentos más apropiados para confundirnos.
Por eso necesitamos su presencia, su cercanía y estar permanentemente en contacto con Él. Esa es la razón de necesidad de la oración, de los Sacramentos, de la comunidad parroquial. ¿Cómo estaríamos si nos apartamos y aislamos? En la oración y en el compartir de cada día fortalecemos nuestra fe. Y esa es la batalla de cada día. La guerra no la podemos ganar en un día ni en dos. Necesitamos permanecer cada día de nuestra vida al lado del Señor que ha bajado a nosotros en el momento de nuestro bautismo, el Espíritu Santo, y que en Él encontraremos la fortaleza, paz y sabiduría para soportar y superar las adversidades y obstáculos de cada día de nuestro camino.
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