Nacer de nuevo significa
poner nuestro corazón en las manos de Dios nuestro Padre. Y eso no puede
conseguirse por voluntad propia sino por la acción del Espíritu Santo. Espíritu
que viene a nosotros en el instante de nuestro bautizo. ¡Qué importante nuestro
bautizo! Es el momento en el que le abrimos la puerta de nuestro corazón al
Espíritu Santo precisamente para que nos guíe, fortalezca, asista y nos ilumine
en nuestro camino según la Voluntad de Dios.
Porque, la
Voluntad de Dios es hacernos eternamente felices. Para eso nos ha creado y a
eso estamos llamados. ¿Qué buscamos en este mundo mientras caminamos por él?
¿No deseamos fuertemente ser felices para siempre? Pues de eso se trata el anuncio
que nos trae Jesús. Y para conseguirlo, tal y como le dijo a Nicodemo, tenemos
que nacer de nuevo. Un nacimiento de agua y Espíritu de Dios.
Diríamos en este
sentido que el bautismo es abrirle la puerta al Espíritu Santo para que nos
señale, nos guía y nos acompañe en el camino de este mundo hasta llegar a la
Casa del Padre. Es, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima
Trinidad que nos asiste y auxilia mientras estamos por este mundo lleno de obstáculos,
tentaciones y seducciones que ponen en dificultad y peligro nuestra meta: vivir
en la Voluntad de nuestro Padre Dios. Una Voluntad que se concreta en vivir de
acuerdo con los valores evangélicos que nos anuncia la Palabra de Dios.
Y es que así la vida será más hermosa, más feliz y llena de paz y alegría. ¿En realidad no buscamos eso cada día? ¿No se preocupa el mundo en buscar la paz y la justicia? ¿Qué sucede entonces que no se logra? ¿No lo leen?: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. ¡Y así estamos!
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