martes, 2 de mayo de 2023

CIEGOS Y ENCERRADOS EN SUS PROPIOS DOGMAS

No nos damos cuenta pero alimentamos nuestra ceguera cuando anclamos nuestra vida en los dogmas que hemos aceptados y cerramos toda posibilidad a renovarnos, a abrirnos a la nueva vida que nos trae la Buena Noticia de la que habla Jesús.

Es evidente que esperan a Alguien, pero no acepta que sea Jesús. Tienen su Obra y su Palabra ante sus oídos pero no la escuchan, la rechazan y piden pruebas. Posiblemente nosotros estemos en la misma actitud. Sabemos que hay algo y que la vida no termina en este mundo. Algunos hablan de un Dios en el que creen, pero un Dios que ellos se imaginan y que no está encarnado ni ha bajado a este mundo. Un Dios imaginario que ellos interpretan de acuerdo con sus dogmas y sus ideas.

¿Cómo es posible que haya un Dios que no se haya anunciado y manifestado a los hombres, sus criaturas? No tiene sentido imaginar o crearse un Dios así, sin voz y sin respuestas. Es decir, ¿tú mismo te hablas y te respondes? ¿Es ese tu Dios? Posiblemente ese Dios no existe sino en la mente de aquellos que no escuchan y no quieren creer en la Palabra de un Dios que se revela y manifiesta a los hombres.

Porque, nuestro Dios es un Dios que habla a sus criaturas, se encarna en Naturaleza Humana y se anuncia como el Mesías enviado por el Padre para liberar a los hombres del pecado y darles Vida Eterna. Es lo que vive en nuestro corazón, un deseo de salvación eterna. Todas sus obras, realizadas en nombre de su Padre, dan testimonio de su Divinidad de Hijo de Dios.

De cualquier manera, el hombre ha sido creado libre para elegir creer o rechazar. Y si tiene esa libertad significa que puede, impulsado por sus impulsos egoístas, ira y soberbia negar que Jesús es el Hijo de Dios. Y, además, tentado por el Maligno que lo confunde y anima para que se aleje y rechace al Señor. Pero, a pesar de todo Jesús lo deja muy claro al final del Evangelio de este martes: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

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