Su compromiso es
firme y no contempla la huida o el abandono. Sigue fiel a su misión que diría
más tarde: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en
mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no
le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo – Jn 12,
46-47 ‒. Está muy claro que Jesús viene a cumplir la Voluntad del Padre,
que no es otra que dar a conocer el Amor Infinito y Misericordioso del Padre y,
por lo tanto, anunciarlo, pues lo que no se anuncia no se conoce.
Es evidente que
necesitamos conocer el camino y, sobre todo, la puerta que da entrada a esa
felicidad eterna que buscamos. El mundo en que vivimos lo refleja muy bien en
esas ansias desesperadas de felicidad. Y lo señala en el deseo de que llegue el
fin de semana. Para muchos todas sus ilusiones, esperanzas y deseos está en
alcanzar el fin de semana y poder tener algún espacio de gozo, de descanso y
satisfacción. Sin embargo, la experiencia es que eso se acaba y no llega a
satisfacernos plenamente. Incluso muchos no tienen ni esa oportunidad.
Jesús nos lo dice
en el Evangelio de hoy: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida
por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las
ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en
ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo
soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me
conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
Está claro, el
Buen Pastor da su Vida por la nuestra. Y como su Vida es Eterna, sabemos que ha
Resucitado, la que nos dará será también Vida Eterna. Y vida en abundancia de
felicidad y gozo. Lo aclara y lo confirma con sus últimas Palabras: También
tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que
conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso
me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la
quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para
recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
Conclusión: De la misma forma también nosotros desde la hora de nuestro bautismo estamos comprometidos con el anuncio de esa Buena Noticia. Cada cual tendrá que descubrir cómo y dónde puede y debe anunciarla. El Espíritu Santo nos ayudará a ese menester y compromiso.
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